Ahora, mientras me pregunto si  los están ahí observándome en silencio observándome son aquellos que nunca dejaron esta casa por su propio pie, siento como dos lagrimas se deslizan por desde ojos inyectados en sangre sustituyendo a las carcajadas que lancé hace tiempo.

En la Sierra Galez se encuentra la gran fortaleza de Shannla.

Una fortificación esculpida directamente en una de las laderas de una de las montañas esta fortificación se ha elevado allí orgullosa e inexpugnable durante más de doscientos años, con sus muros de quince metros de  altura  y sus enormes puertas de metal estelar brillante cerrando el acceso por el único camino que sube la escarpada y desolada ladera cuyo desnivel y cuya dura piedra gris hace que sea casi imposible plantar un campamento.

A pesar de encontrarse alejada de cualquier ruta o ciudad importante en el reino, había resistido varios asedios e incluso ante ella se ganó una guerra, pues siempre había sido el último bastión de los monarcas de Flavum.

Por ello sus cuarteles, en el interior de la montaña, siempre estaban ocupados por un contingente de soldados que mantenía la fortaleza en orden y lista para cualquier contingencia y cuyas armas y armaduras brillaban cuando el sol se elevaba por el este mientras patrullaban las almenas como saludando al astro rey.

Nadie podía tomar Shannla a no ser que fuera desde el interior o con un ejército de dragones. Ambos casos improbables ya que nadie de los que estaban allí estacionados traicionaría nunca al reino y los reptiles gigantes que escupían fuego hacia un milenio que estaban extinguidos…

Nadie sabía que aquellos seres dormían dentro de la montaña.

Olvidados incluso por el oscuro dios que los creó y cuyo nombre se perdió al marcharse a otro plano de existencia desde hacía milenios,  habían estado ocultos en las entrañas de la tierra de la raza mágica que los combatió y casi los llevó a al extinción antes de lograran refugiarse allí para hibernar en espera de una nueva oportunidad de volver al mundo.

Quizás algún soldado golpeó la pared equivocaba y el ruido les llegó en su caverna secreta o quizás sencillamente el momento de despertar había llegado.

Salieron de las crisálidas que los habían mantenido vividos por centenares y sus cuerpos negros cubiertos por exoesqueletos de placas chirriaron al rozarse entre ellas mientras avanzaban por sus corredores secretos buscando con sus múltiples ojos sin alma escrutando las sombras en busca de una pared que les dé acceso a aquellos seres que sienten cerca  gracias a los apéndices que coronan sus pequeñas cabezas y cuya esencia son incapaces de reconocer.

Al fin la encuentran y lo que sigue es una noche de horror.

Los durmientes nunca habían visto a un humano antes,(esa raza nació cuando ellos llevaban dos mil años allí dormidos), pero comprueban que gozo que sus carcasas metálicas no son lo suficientemente duras para resistir a  las pinzas o cuchillas que tienen al final de sus extremidades superiores y que las herramientas que usan para defenderse raramente atraviesan sus placas naturales a excepción de algunos de los más jóvenes y de algún enemigo con suerte que logra hallar alguna obertura entre ellas.

Pronto llegan a la conclusión que aquellos nuevos seres no tienen la magia que tanto daños les hizo y lo mejor de todo es que su carne y sangre son dulces y de una sabor exquisito para sus paladares.
Con el nuevo amanecer ya no hay reflejos en las superficies de las armaduras de los soldados de Flavum.

De hecho la luz parece quedar atrapada en los exoesqueletos de aquellos enormes seres que observan un mundo que se parece al que abandonaron hace mucho tiempo y que a la vez promete ser muy diferente.

Algunos chasquean con sus mandíbulas formadas de hueso en un lenguaje que no ha pervertido el aire desde eras ancestrales, pero que llegará  a llenar de terror los corazones de todos los mortales.